Duque de Alburquerque

A las 11:15 horas del 18 de Febrero de 1811, falleció en Londres el Duque de Alburquerque.

Solo 35 días antes, en la Sesión del día 13 de enero de 1811 las Cortes le habían declarado a él y a su ejército «Beneméritos de la Patria», respondiendo así a una representación suya dirigida al Congreso Nacional, acompañado del Manifiesto, pidiendo un puesto de peligro frente al enemigo.

En esta Sesión, el Diputado Sr. Luján en una intervención dice: «… lo cierto es que cuando estaba cerca de Sevilla tuvo orden de volver sobre Córdoba. El Duque ahí no lo dice, pero yo lo sé. No volvió porque preveía que iba á perder su ejército, y más bien quiso no obedecer la orden que sacrificarlo, y sacrificar la Patria. Así salvó la Nación; y si existimos, es por él y su ejército; y si vive España, vive por él y por su ejército; y si esta provincia puede decir soy libre, lo debe al Sr. Duque de Alburquerque y a su ejército valeroso. Esta es la conducta pública, política y militar del Duque de Alburquerque».

La noticia de este reconocimiento y los elogios de las Cortes llegaron demasiado tarde…

En el mismo suelo que había salvado y en que se hallaban las Cortes, la Junta de Cádiz escribió e hizo firmar por todos sus individuos una carta en que los menores dicterios contra el Duque eran «calumniador, y enemigo de la patria». La carta de la Junta fue dirigida a Londres.

D. José Moreno de Mora, amigo del Duque y testigo de sus últimos días escribe desde Londres el 19 de Febrero de 1811 a su hermano en Cádiz:

«…. Te escribo con mucha prisa para noticiarte la desgraciada muerte del Duque de Alburquerque, en quien he perdido un excelente amigo que ciertamente me hubiera sido muy útil en este país. El caso ha sido el siguiente: cuando recibió esa maldita carta de la Junta de Cádiz, contestación a su panfleto, cayó enfermo y en la apariencia se mejoró, pero siempre cavilando y escribiendo representaciones, sin dormir ni comer en cuatro días y noches. Al cabo de este tiempo, observamos en él ciertos síntomas que nos pareció locura, pues era un furioso delirio en que tenía por objeto: la muerte de Bonaparte, disposiciones del ejército y de batallas y principalmente las expresiones de la dichosa carta, pues continuamente pronunciaba el que nadie le podía probar el que era perturbador de la patria y menos enemigo del bien de la causa española. En vista de esto llamamos a los mejores médicos, quienes lo declararon por loco y lo mandaron a una casita muy pequeña en el campo, bajo la custodia de dos guardias que estuvieron con él, el 16 en la noche, el 17 y el 18, en cuya tarde los médicos advirtieron alguna calentura de lo que se alegraron, creyendo sería la crisis de su enfermedad; éstos lo visitaron a las 5 de la tarde y viéndolo sosegado y aparentemente dormido lo creyeron mejor, pero a las ocho de la noche que advirtieron los asistentes verdaderos síntomas de muerte, fueron a llamar al confesor, el que cuando llegó ya había expirado sin movimiento ni mayores esfuerzos. Yo le vi seis horas antes de expirar y tenía las encías y boca enteramente negras, cuyas circunstancias y las de empezar a oler a las pocas horas de su muerte, me hacen creer que ésta la ha causado una calentura pútrida interna que no conocieron los médicos y le pudrió la sangre en el cuerpo. Lo cierto y real verdadero es que la maldita carta lo ha muerto violentamente y que de este asesinato es responsable la Junta de Cádiz; que su muerte ha sido sumamente desgraciada, pues murió enteramente abandonado, sin confesar, ni persona de circunstancia a su cabecera …..»

Todos los historiadores elogian las grandes dotes militares del Duque de Alburquerque y su famosa retirada a la Isla de León, salvando así la soberanía de la nación española, y hacer posible la reunión de las Cortes.

D. Álvaro Picardo y Gómez en el prólogo de la publicación Cartas de cuando la francesada del año 1959 escribe lo siguiente:

«En ellas leeremos un fiel relato de los últimos días del Duque de Alburquerque, tan mal tratado por la Junta de Cádiz y al que hasta hoy la Ciudad no le ha hecho justicia pues sin la entrada de ejército, la plaza hubiera tenido que rendirse a los franceses.»